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13 sept 2015

La danza del dar y el recibir


"Y ahora te preguntas en tu corazón: ¿Cómo podemos distinguir lo que es bueno en el placer de lo que no es bueno?
Vé a tus campos y a tus jardines, y aprenderás cuál es el placer de la abeja al recoger la miel de la flor, pero también es el placer de la flor ceder su miel a la abeja.
Porque para la abeja una flor es una fuente de vida,
y para la flor una abeja es un mensajero de amor,
y para ambos, la abeja y la flor, el dar y el recibir placer es una necesidad y un éxtasis.”
-Kalil Ghibrán
Creemos que amar significa dar y que si amamos a alguien le tenemos que dar todo, todo el tiempo y sin recibir nada a cambio. Suena bien, suena digno. Pero el dar es la mitad de la cuestión, las buenas relaciones requieren de caminos en los dos sentidos, el recibir es el otro. Contrariamente a lo que suponemos bajo una primera impresión, muchas relaciones fracasan cuando el intercambio se estanca en el recibir.
Dar y recibir: si no aprendemos a recorrer el camino en ambas direcciones se corta el flujo de la solidaridad, del amor, la propia vida se empobrece. Las sociedades formadas por hombres que no dan y que no reciben, son sociedades en los que las personas sobreviven pero no viven en plenitud.

Algunos dan con el objetivo encubierto de sentirse más fuertes que los que reciben, de modo que no les gusta para nada recibir. Otros sólo saben pedir y lo hacen ¡hasta el cansancio! Es decir, la reciprocidad en los vínculos no nos resulta fácil, veamos sólo algunos costados de la cuestión.
A veces alguien nos mira, nos abraza, nos habla amablemente, y nosotros nos cerramos. Es contradictorio, pero para todo tenemos nuestras razones. El hecho es que nos cuesta exponer nuestra vulnerabilidad. Nos miran y huimos para no ser heridos, tememos que otros vean nuestra debilidad ya que así, podrían rechazarnos, juzgarnos o usarnos.
Es un desafío permanente recordar que vivimos protegiéndonos de amenazas reales o imaginarias a nuestra seguridad y bienestar. Pero ser en cautelosos innecesariamente cuando la gente ofrece un gesto de sinceridad en realidad no nos proporcionará ninguna seguridad sino un gran aislamiento. Nos aislamos y luego nos quejamos porque estamos solos. ¿Les suena familiar?
Otro aspecto del problema se genera en que en nuestra cultura se venera independencia como la libertad definitiva y el boleto a la felicidad. Está bien colaborar y tener amigos, decimo…pero no hay que confiar demasiado en ellos ya que de esa forma nos estaríamos exponiendo a ser defraudados. Creemos que no debemos desear estar con otros ya que tener necesidades y deseos evoca el miedo terrible de ser niños indefensos y dependientes. Pero a pesar de nuestros intentos, la vida va para otro lado: estamos diseñados para necesitarnos entre nosotros. Sin conexiones saludables, nos enfermamos y nuestra alma se marchita. Nuestra propia naturaleza es estar relacionados entre nosotros y esto significa que no existimos fuera de la intrincada red de la vida.
Cuando no nos abrimos, coartamos nuestro anhelo de recibir y ser amados y hacemos esto para no sentirnos expuestos a la frustración, a que no nos acepten, a que si no nos aceptan algo anda mal en nosotros. Creemos que dar y recibir con plenitud simplemente conduce a problemas y que por ello es mucho mejor sólo confiar en nosotros mismos.
Mientras que una parte consciente de nosotros desea el contacto, otra siente aversión hacia él y por ello toda práctica de autoconocimiento debería ayudarnos a abrir lo que está cerrado. Revisar la manera en la que nos paramos frente al dar y al recibir es tan necesario como el volver a casa cuando hemos partido, desnuda nuestros miedos, entrena el corazón para que pueda abrirse y también cerrarse cuando es necesario.

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