Hay un momento en nuestra vida.
Por regla general, al llegar a la mediana edad.
En qué una mujer tiene qué tomar una decisión.
Posiblemente la decisión psíquica más importante de su vida futura.
Y es la de sentirse amargada o no.
Las mujeres suelen llegar a esta situación al final de los treinta o principios de la cuarenta.
Es posible qué sus sueños de los veinte años se hayan marchitado.
Puede qué haya corazones rotos, matrimonios rotos, promesas rotas.
Un cuerpo qué ha vivido mucho tiempo acumula escombros.
Es algo inevitable.
Pero si una mujer regresa a la naturaleza instintiva en lugar de hundirse en la amargura, revivirá y renacerá.
La mujer qué regresa a la naturaleza instintiva y creativa volverá a la vida.
Sentirá deseos de jugar.
Seguirá queriendo crecer tanto en profundidad cómo en anchura.
Pero primero ha de tener lugar una purificación.
Debemos ser amables con nosotras mismas.
Dar descansos a los aspectos de nuestra persona, qué se dirigían a algún lugar.
Pero jamás llegarón a él.
Los descansos marcan el lugar de la ‘muerte’, es decir.
Los momentos oscuros, pero son también billetes amorosos para el propio sufrimiento. Son transformativos.
Nunca insistiré demasiado en la conveniencia de clavar las cosas en la tierra.
Para qué no nos sigan dónde quiera qué vayamos.
"Nunca insistiré demasiado en la conveniencia de enterrarlas.”
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