Yo confío en ese pálpito que aparece cuando a punto de hacer algo decido que mejor no, en esa corazonada que se presenta así de pronto como una revelación. Y ahí sin entender demasiado aparece la comprensión.
Yo confío en esa percepción inmediata donde no interviene la razón. Y confío porque no es una percepción viciada, no hay conceptos, no hay prejuicios ni argumentación. Es como algo divino, aparece sin explicación.
Y aunque a veces la desoiga o no le preste atención, ella insiste porque es genuina y empuja desde adentro con tesón.
Fueron muy pocas las veces en las que siguiendo mis intuiciones algo falló. Y estoy segura de que en esos casos se filtró algún razonamiento o algún análisis se coló.
Fueron muchas más las veces que repetí la frase “Sabía que no tenía que hacerlo”, y fue por desoírla o negarla que es aún peor.
Si confiáramos un poco más en nuestras intuiciones y no tanto en los abrumadores análisis de la lógica y la razón todo sería más sencillo, creo que nos iría mejor.
Porque la intuición es esa corazonada que viene desde el alma, lo más sabio que podemos tener, lo que mira sin velos, esa entidad sin materia que habita en nuestro ser.
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