Quien no se relaciona bien con su propio inconsciente, no soporta al gato. El surge entonces como una amenaza porque representa esa relación precaria del hombre con su mismo misterio. El gato no se relaciona con la apariencia del hombre. El ve mucho más allá, ve por dentro y por el revés.
Se relaciona con la esencia. Si la demostración de cariño es falsa, de miedo, o sustituye inaceptables (pero existentes) impulsos secretos de agresión, el gato lo sabe. Y se defiende de la caricia. La relación de él es con aquello que esta oculto y tan bien guardado, que ni nosotros queremos, sabemos o tampoco podemos ver. Por eso, cuando surge en él un acto de entrega, de treparse a la falda o alguna manifestación de afecto, es lago realmente verdadero que no puede ser dejado de lado. Es un gesto de confianza que honra quien lo recibe, pues significa un juicio. El hombre no sabe “sentir” el gato, pero el gato sabe sentir el hombre…
Si hay alguna falta de armonía real o latente, el gato la siente. Si hay soledad, él sabe y suaviza la situación como puede, pues él enfrenta su propia soledad de manera mucho más valiente que nosotros. No se manifiesta, no reclama. Solamente se aleja. Quien no sabe “leer” piensa que “él no está allí.