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21 mar 2016

Ave Fénix!!!

"Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé.
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido se empozara
en el alma... Yo no sé.
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras en
el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte..."
- Cesar Vallejo, “Los Heraldos Negros” (fragmento)
Hay un tipo de dolor que tiene un sabor singular. Quien ha cruzado ese umbral conoce su aroma y su textura: podría enunciarse con frases como “No podré superarlo”, “Es una situación sin salida”, “Es demasiado para mí”. En esos momentos uno siente que el aliento de Vida no le alcanza para lo que tiene que afrontar. Tan es así que el notable Carl Jung consideró el proceso de ese tipo de dolor bajo la luz de los símbolos que los antiguos alquimistas expresaron en sus grabados, representándolo con un esqueleto o un hombre muriendo dentro de un recipiente de cristal, y en la boca del recipiente una paloma, el sol... símbolos del renacimiento luego de un proceso de transformación. Ese dolor profundo implica no sólo la extinción de lo viejo, sino que algo nuevo se está gestando mientras lo antiguo muere. En el medio hay un factor: tiempo.
Alguna vez una mujer me dijo que sentía el inicio de ese proceso como si fueran cólicos emocionales: la inundaban, le hacían un "torniquete interno hasta parecer que ya no lo soportaría... y luego la dejaban en paz... hasta la próxima vez... para volverse cada vez más espaciados, cada vez menos intensos... y desaparecer. Lo importante es, mientras sucede, recordar que eso no es para siempre: que es parte de un proceso (en el que será necesario evaluar si precisamos ayuda para transitarlo, asimilarlo). Y que en algún momento de cruzar ese umbral, que es más bien un túnel, nos vamos asomando hacia el otro lado, empezándose a percibir lo luminoso del nuevo tiempo. Ese túnel es, más precisamente, un canal de parto. Y la tarea allí será autoparirnos (otro antiguo símbolo...). Deberemos ser la parturienta, la comadrona y el bebé... Pujar, gentilmente, pujar...
Este proceso de renacimiento tiene por cualidad cierto asombro: como si fuésemos un Ave Fénix que constata la tersura de sus plumas al resurgir de sus cenizas, antes de volver a volar. Se vivencia la propia identidad como más sólida; la cicatriz emocional nos muestra algo que recordaremos posiblemente como un mérito (no sin causa!): que, creyendo que no podríamos, pudimos. Esa constatación se vuelve, a partir de entonces, parte inalienable de nuestro patrimonio interno. Hemos muerto y renacido: somos sobrevivientes. Y en ese renacimiento el dolor se convierte en una cuota de... sabiduría (por qué no decirlo?). “Saber” viene de “haber saboreado”. Sí: hemos saboreado la hiel de la impotencia, de la negrura que “no acabaría nunca”... el agridulce del sentir que algo nuevo empezaba, y este otro sabor... el sabor de saber. Sabemos, un poco más, quienes somos. Y podemos dar eso que somos a quien lo necesite. Un nuevo ciclo comienza: criarse a sí mismo (ese recién nacido) con gentileza y claridad de visión.

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