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28 ene 2016

RESILIENCIA Y PROACTIVIDAD

“El hombre mantiene su equilibrio y sentido de seguridad solo si se mueve hacia delante”. Maxwell Maltz.
La resiliencia, entendida dentro del contexto del cuidador, es la capacidad de éste para hacer frente a los estresores derivados de la situación de cuidado, sin que su salud física y psicológica se vea gravemente comprometida, ni su funcionamiento habitual alterado.
La proactividad por otro lado, como lo señaló el creador del concepto, el psiquiatra y filósofo austríaco Víctor Frankl, es “la libertad de elegir nuestra actitud frente a las circunstancias de nuestra propia vida”. Consiste por tanto en la capacidad de decidir nuestra respuesta ante las circunstancias o el entorno en los cuidados, ante las dificultades que éste nos plantea a diario.
La combinación de resiliencia y proactividad suelen llevar al éxito en la vida en general y en los objetivos que nos planteemos.
Ser proactivo y resiliente no se trata de desconocer las circunstancias, sino de darnos cuenta de que lo que determina nuestra vida no son ellas, sino nuestras respuestas ante ellas. Las circunstancias condicionan e influyen, pero no determinan.

Cuando una persona se obstina por superar la adversidad aprende a interiorizar un conjunto de valores humanos. Conforme avanza su vida, con estos valores sólidamente afianzados en su personalidad, es capaz de descubrir y comprobar que las conductas proactivas le llevan no solo a la superación personal, sino también al éxito, en sus múltiples facetas: en la familia, en el trabajo, en el círculo de amistades, en la economía, en la salud física, psicológica, y cómo no, en el cuidado.
Llegados a este punto, ¿la proactividad y la resiliencia son actitudes con las que nacemos o se pueden aprender?
Tanto una como otra vienen con nosotros en mayor o menor grado, cuando nacemos. Son constitutivas de nuestra esencia. Pero también las podemos aprender y fortalecer, tanto como podríamos ir perdiéndolas. Aunque puedan verse favorecidas o desfavorecidas por componentes genéticos y sociales, la mejor noticia es que son entrenables y siempre susceptibles de desarrollarse más y más.
El modo en que los cuidadores interpretan la situación de cuidado, las estrategias que adoptan para hacerle frente, y sus recursos y características de personalidad, son variables de importancia capital para el desarrollo de diferentes niveles de resiliencia.
El apoyo social recibido por el cuidador, la percepción o valoración que hace de los estresores o las estrategias de afrontamiento empleadas son también factores que tradicionalmente han sido vinculados a su resiliencia.
De esta forma, un cuidador con un alto grado de autoestima, por ejemplo, probablemente desarrolle mayores niveles de resiliencia que otro con una autoestima pobre. Asimismo, al ser resiliente, su estado de salud se verá menos alterado ante la presencia de estresores severos.
La percepción acerca de su propia fortaleza, unida a la mayor probabilidad de éxito en la resolución de problemas, servirá, a la vez, para consolidar o aumentar su elevado grado de resiliencia previo.
La mayoría de nosotros subestimamos de lo que somos todavía capaces cuando estamos al límite. Te puedes superar y lograr cualquier cosa si confías en ello.
Algunos consejos para poder hacer frente a las dificultades y salir reforzado de ellas son:
1. No le eches la culpa a nadie: todo depende de ti. Si realmente quieres que las cosas cambien deja de quejarte sobre terceros que no hayan hecho bien su trabajo. Otros han estado en situaciones parecidas que tú y si lo han logrado. Deja de perder tu energía en justificar tu fracaso e inviértela en tu futuro éxito.
2. Visualiza el éxito: imagínate la sensación que vas a tener cuando logres a salir de tu situación o puedas lograr el objetivo que te has propuesto. Tienes que tener claro lo que quieres conseguir y visualizar que ya lo has conseguido. Lo que la mayoría de las personas hace es dar un paso delante del otro pero sin ser capaz de mirar más allá del tercer paso. Si no tienes ni idea de lo genial que será el lugar al que vas a llegar no tiene sentido esforzarse. En tu cabeza tienes que tener una imagen por la que vale la pena luchar y no rendirse. Quítate ese cartel delante de la cara cuando andas para que veas lo que te espera al final del camino y darte cuenta que realmente merece la pena todo ese esfuerzo.
3. Divide el camino largo en pequeñas etapas: cuando tu reto es muy grande o tu problema es muy gordo divídelo en muchas partes pequeñas.
4. Pensar en tu familia y amigos: Ante situaciones complicadas, todo el apoyo emocional que podamos recibir es siempre importante. Ten cerca de ti a las personas que te quieren y te ayudan y cuenta con ellos para solucionar dificultades.

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